Vocería en crisis: El error del embajador Viera-Gallo
I. Contexto y escenario comunicacional
El 20 de agosto, durante el partido de fútbol entre Independiente de Avellaneda y Universidad de Chile, por los octavos de final de la Copa Sudamericana, se desató un episodio de violencia terrible, brutal y para el olvido. Hinchas chilenos fueron atacados por la barra local y luego reprimidos por la policía argentina. Las imágenes fueron muy fuertes: aficionados golpeados, humillados y ensangrentados, buses apedreados y familias golpeadas. El saldo: decenas de heridos —algunos en estado crítico— y más de un centenar de detenidos.
El hecho generó una reacción inmediata del Gobierno de Chile. El Presidente Gabriel Boric lo calificó como un “linchamiento inaceptable”, instruyó al ministro del Interior a viajar a Buenos Aires y ordenó al embajador José Antonio Viera-Gallo acompañar a heridos y detenidos.
Al día siguiente, con las imágenes aún en la agenda noticiosa y en la retina de miles de chilenos y chilenas, el embajador enfrentó una entrevista en vivo en un matinal chileno (Mega). En un espacio de máxima visibilidad y emocionalidad, donde los periodistas daban contexto a su intervención con videos y testimonios que mostraban la crudeza de lo ocurrido. La expectativa ciudadana, periodistas incluidos, era alta, una y clara: escuchar de su representante en Argentina un mensaje de empatía, firmeza y respaldo inequívoco hacia los hinchas agredidos.
En ese marco de violencia inédita, alta expectación pública y presión mediática, la vocería del embajador adquiría un carácter decisivo. No se trataba solo de informar, sino de transmitir humanidad y liderazgo en representación del Estado de Chile. Sin embargo, lo que proyectó Viera-Gallo en su entrevista estuvo lejos de cumplir con esas expectativas.
II. Estilo de vocería
La entrevista mostró a un embajador que se aferró al manual diplomático, en momentos en que el contexto exigía mayor cercanía emocional. Su estilo puede dividirse en cuatro ejes clave.
:: Tono y lenguaje: Viera-Gallo optó por un discurso prudente y formal, apelando a la necesidad de esperar conclusiones oficiales. Reiteró varias veces: “No es conveniente emitir juicios apresurados sobre una cosa u otra, si se hizo bien o se hizo mal”. Correcto en términos protocolares, pero insuficiente frente a la gravedad de la situación y la demanda pública por una condena más clara.
:: Control de la interacción: La presión del matinal lo llevó a chocar con la conductora (la periodista Karen Doggenweiler). Para retomar el control dijo: “usted me está preguntando a mí, no está respondiéndose a sí misma”. Aunque logró poner orden en la conversación, transmitió un tono excesivamente paternalista y confrontacional, contraproducente en un espacio televisivo , como éste, de alta emocionalidad.
:: Definición de límites: El embajador reforzó su rol institucional, afirmando: “Yo no me mando solo, yo respondo al Ministerio de Relaciones y al Gobierno de Chile”. Si bien con ello buscó resguardar la jerarquía en la toma de decisiones , la frase proyectó rigidez y escaso margen de iniciativa, debilitando su poca o nula imagen de liderazgo en un momento crítico.
:: Rechazo a la violencia: Su única afirmación categórica fue genérica: “Rechazo la violencia, la hagan chilenos, la hagan argentinos, brasileros, europeos”. Aunque impecable desde la diplomacia, el mensaje careció de foco en los chilenos agredidos, lo que diluyó aún más la poca empatía demostrada y dejó un vacío comunicacional evidente.
III. Aspectos algo rescatables (mínimos)
Aunque la vocería del embajador estuvo marcada por errores graves, es posible identificar algunos elementos de contención que, más que verdaderas fortalezas, corresponden a la inercia propia del oficio diplomático.
:: Consistencia diplomática: El embajador se mantuvo dentro de los márgenes del lenguaje formal, evitando declaraciones que pudieran escalar la situación a lo que se podría clasificar como un conflicto bilateral. Esta consistencia no aportó empatía ni liderazgo, pero al menos impidió un daño mayor en la relación entre ambos estados; algo que no era relevante en ese momento.
:: Prudencia estratégica: Su insistencia en no emitir juicios sin evidencia completa refleja apego a protocolos diplomáticos clásicos. Sin embargo, en este caso esa prudencia se percibió como un escudo para no asumir responsabilidad, tomar la iniciativa y/o mostrar un mayor despliegue.
:: Protección institucional: Al recalcar que dependía del Gobierno, evitó desmarcarse de la línea oficial. Fue un recurso más defensivo que inspirador: un intento de amparar su actuar bajo la jerarquía, sin proyectar iniciativa propia, al menos en las palabras.
:: Mensaje de asistencia consular: El único elemento de acción concreta fue la promesa de apoyo legal y consular a los detenidos: “Las personas que están detenidas tendrán toda la asistencia consular que requieran”. Aunque limitada, fue la única afirmación que entregó cierta tranquilidad operativa.
IV. Debilidades comunicacionales
Lo esencial de la vocería, sin embargo, estuvo marcado por sus falencias, que pesaron mucho más que los escasos elementos rescatables.
:: Falta de empatía visible: Frases como “gracias a Dios no hubo muertos” minimizaron la tragedia, invisibilizando a los heridos graves y proyectando una insensibilidad inaceptable.
:: Confrontación con la prensa: El cruce con la periodista transmitió rigidez e irritación. En un espacio como el matinal, donde lo que se exige es cercanía, el gesto fue visto como arrogante y desconectado.
:: Excesiva cautela: La reiteración de “no emitir juicios apresurados” terminó por sonar evasiva. En vez de proyectar liderazgo, reforzó la percepción de un embajador a la defensiva.
:: Narrativa débil de protección: La alusión a la asistencia consular no alcanzó a instalar un relato de protección activa. Lo que la audiencia esperaba era firmeza, respaldo y un mensaje de acompañamiento humano; nada de eso se transmitió.
V. Conclusión
La vocería del embajador Viera-Gallo fue técnicamente prudente, comunicacionalmente deficitaria y humanamente un desastre. En un escenario de violencia extrema contra chilenos en el extranjero, el Estado, a través de su embajador, debía aparecer firme, humano y protector. El mensaje del embajador, en cambio, transmitió distancia, minimización de la situación y rigidez institucional.
La frase “no hubo muertos” terminó siendo un error de magnitud, percibido como indiferencia frente al dolor de los afectados. Y su confrontación con la prensa, en un matinal en vivo, reforzó la sensación de un embajador más preocupado de no equivocarse que de defender con claridad y firmeza a sus compatriotas.
Un político de carrera, con décadas de experiencia, no puede permitirse fallar de manera tan estrepitosa en el único rol que la ciudadanía esperaba de él en un momento como este: defender a los suyos. Lo ocurrido no es un error menor: es una falla de liderazgo que daña la reputación de la Cancillería, deja en entredicho la capacidad del embajador para enfrentar crisis y expone al Gobierno a críticas legítimas por tibieza.
La lección es clara: en crisis de esta envergadura, la prudencia diplomática no basta. Se requiere un rechazo firme, pero calmo y medido, acompañado de empatía explícita y una narrativa de acción inmediata. De lo contrario, la Cancillería y el Gobierno quedan expuestos al peor de los juicios públicos: el de aparecer más preocupados por las formas diplomáticas que por la vida y dignidad de sus ciudadanos.
En este caso, la prudencia se transformó en indiferencia, y la indiferencia resultó más devastadora que cualquier error. El saldo final fue un golpe directo a la confianza ciudadana en la capacidad del Estado de proteger a los chilenos en el exterior.

